Autenticidad - Herramienta básica #1: Conversar desde el corazón
Conversar amablemente no es necesariamente ‘ser buena onda’. Es diseñar el mundo en el que nuestro corazón desea vivir.
Hace poco, una amiga vino a casa desbordada de frustraciones. Yo ya venía sin nafta: jaqueca, reuniones, espalda contracturada, semana intensa. Mientras ella hablaba, sentí que estaba prendiendo fuego mis tres últimos litros de energía emocional. Me dolía la panza. Tenía la mandíbula apretada. Con miedo. Miedo de que no me alcance.
Mientras ella armaba el mate, salí al súper. Quería aire.
Y ahí apareció una verdad que me dolía reconocer:
Claro, quiero ser esa amiga que sostiene siempre, pero hoy no puedo.
Ella merece presencia. Yo necesito lo poco que me queda.
Volví, respiré, y con la mayor vulnerabilidad le dije:
“Esta semana no puedo escucharte. Aunque quiera, no estoy pudiendo. Esta vuelta hablalo con las chicas (nuestras amigas), por favor.”
Fue incómodo. Pero el miedo se evaporó. Me quedó una extraña sensación de alivio y logro. Y hasta hablamos sobre lo que me estaba atravesando. Un suceso.
Bailo con mi miedo. No es un tema “solucionado” con un tilde verde en Notion.
Pero ahora lo escucho. Le doy lugar. Y cuando habla, no lo censuro… lo acompaño hasta tocar el mensaje núcleo. Porque desde que le propuse amistad a mis emociones, sé que me vienen a comunicarme lo importante.
Y soy también conciente de que en otra época se habría vestido de enojo.
Ayer, entre mates y Zoom, grabamos el segundo episodio de Territorio Nube, con Aye Linardi. Es nuestro Live Streaming/Podcast/Jugar a la radio donde nos proponemos cultivar conversaciones amables sobre creatividad y otras hierbas (lo podés escuchar acá).
Hablamos sobre esto de proponerle amistad a todo. Algo que, sin buscarlo, nos sostiene: las conversaciones amables.
Como suele pasar después de un buen intercambio, me quedó mucha data en el tintero.
¿A qué me refiero con una conversación amable?
Son esos intercambios que parten del respeto, la honestidad, la presencia y la empatía.
Charlas que acolchonan los bordes y nos invitan a mostrarnos como somos.
Donde no hace falta defenderse, porque no hay ataque.
Donde no hace falta estar de acuerdo, porque hay aceptación.
Espacios de conexión auténtica.
Escuchamos con el cuerpo entero.
Atendemos lo que respira adentro nuestro, en el otro, y en ese espacio vivo que se genera en el medio.
Dos preguntas suelen guiar esta práctica silenciosamente:
¿Qué late ahora mismo dentro mío y dentro tuyo?
¿Cómo, en esta conversación, podemos hacer de esta vida una más maravillosa?
Cuando nos relacionamos desde este lugar, el diálogo deja de ser un campo de batalla.
Ya no se trata de tener razón. Se trata de crear. De traer al mundo algo nuevo desde el lenguaje del corazón.
Es una práctica de sentido. Porque al hablar desde el corazón, inevitablemente aparece una pregunta:
¿Qué es lo que mi corazón desea crear en este mundo?
Desde esa respuesta es que vamos a participar en esta conversación.
Para responderla, nos vamos directo a la visión del mundo en el cual deseamos vivir.
En nuestra particular visión, lo que observamos como limitante en la realidad, se transforma en materia de posibilidad.
Lo que amamos, es protegido, cuidado, sostenido.
Así, una simple conversación enriquece no solo el mundo interno, sino que también nos volvemos agentes del cambio creando lo que anhelamos que exista en el mundo afuera, transformando lo que no deseamos que exista más.
Quien entrega desde el corazón, se beneficia de un amor propio expandido. Los esfuerzos propios dan pie al bienestar del otro.
Quien recibe, siente liviandad en vez de gravedad. Es libre al compartirse, ya que no precisa ocupar su energía en defenderse de eso que llega ofrecido desde la culpa, la vergüenza, el miedo, la ventaja, etc.
Puede ser transparente - tal cual es, y recibir de esta misma forma: auténticamente.
Es esa visión (ideal) la que acomoda nuestras palabras en las conversaciones amables.
Eso que parece invisible se va convirtiendo en materia, una conversación a la vez.
Y así, desde lo mínimo, comenzamos a acercar a lo real, nuestro ideal.
Esto no quiere decir que todo sea dulzura o acuerdo.
Significa que hay espacio para lo genuino todo: alegría, magia, entusiasmo, pero también tristeza, enojo, miedo, etc.
Porque el corazón no excluye nada. No juzga. No compite. Acepta.
Y sobre todo: el amor desarma.
Cuando alguien propone hablar con amor, la respuesta más común es: “sí, dale.”
Se caen las defensas. Las resistencias se disuelven. Al suelo las armas.
Y en esa propuesta, ahí, empieza la conexión real.
Desde este lugar de entrega, la pregunta que prevalece es:
¿Qué valor puedo aportar acá?
Y así, los mensajes núcleo llegan más fácil.
Un ejemplo en carne viva
Durante muchos años, sentí que mi enojo era una falla.
Un rasgo alienante propio, que no contemplaba la capacidad de callarse frente a la injusticia.
Una condición malévola que me poseía hasta que efervecían preguntas de mi boca. Algo que debía esconder o controlar, para pertenecer.
Hasta que un día me topé con el libro Comunicación no violenta, de Marshall Rosenberg, y cuando lo cerré, pude ver todo con nuevos ojos:
- Mi enojo era la señal de que algo que amaba estaba siendo amenazado. Y yo tenía coraje, contra toda lógica de poner dicha amenaza en duda.
Desde entonces, cada vez que aparece, me detengo y me pregunto:
¿Qué estoy defendiendo con tanto fuego? ¿Qué mensaje me trae esto?
Esa pregunta nos devuelve siempre al amor.
Porque el enojo, cuando se mira sin juicio, muchas veces es solo un guardián del amor profundo.
Cuando logramos poner esto en palabras, la conversación cambia de temperatura.
Ya no hablamos para ganar, sino para cuidar.
Y eso transforma todo. Todo.
Nos invita, por ejemplo, a poner límites, aún a nuestras amigas extraordinarias.
Fui y vine mil veces con esto.
Pero ahora el enojo, como cualquier emoción que me llega, es un superpoder. (Ya hablaré más sobre estas magias que se hacen cuerpo en nosotros).
Hoy sé que solo llegan cuando algo es importante y las preciso. Se quedan hasta darme el mensaje y la energía necesaria para responder, y se van.
Un amigo, mi miedo, una vez que uno le propone amistad.
Y habita esta amistad, claro.
Más allá del vínculo íntimo
Las conversaciones amables no son solo para lo afectivo.
También transforman nuestras formas de liderar, trabajar, decidir, colaborar.
Stephen Covey, en La tercera alternativa, propone trascender la lógica del “yo gano / vos perdés” y co-crear un camino nuevo, una tercera alternativa.
Una que no existía hasta que ambas partes se abrieron a buscarla juntas.
Y esto suena mucho a aventura.
Desde el corazón, esta alternativa no es una técnica: es una práctica de entrega, apertura y colaboración.
Se puede aplicar en una charla con tu pareja, una negociación laboral, una decisión comunitaria.
Porque en todos esos espacios, hablar desde el corazón nos conecta con una pregunta que cambia todo:
¿Qué es lo que mi corazón desea crear en esta situación?
Una vez más, esta respuesta guía nuestras palabras, lo invisible se vuelve materia.
Lo que amamos se protege.
Lo que duele se transforma.
Lo que anhelamos empieza a existir.
Esta conexión entre lo real y lo ideal, llevada a nuestras acciones y comportamientos, es la que va a dar sentido a lo que hacemos a lo largo del día.
Y acá aparece directo el propósito: lo que hacemos para que el mundo real se parezca más al ideal, en los micromomentos del cotidiano.
Cuando el “para qué hago lo que hago” viene intencionado desde el corazón, hablamos de abundancia.
***
Y por favor: permitamos que las palabras abundancia, amor y propósito, penetren en el ámbito laboral este 2025, y que se entreveren con creatividad, autenticidad, y compromiso. Acá también creamos el mundo que ansiamos que exista. A veces, hasta ocho horas por día dedicamos nuestra energía a ello.
***
Practicar la entrega
Este modo de hablar no se entrena desde la teoría, sino desde la entrega.
Una entrega que no exige reconocimiento, pero sí se honra a sí misma.
Quien da desde el corazón, se expande.
Quien recibe desde ahí, se aligera.
Y un recordatorio:
Muchas veces, quien no sabe hablar amablemente, es una persona amable… con simples problemas de comunicación.
Para considerar:
Cuando practiques conversaciones amables, podés sostener estas dos premisas:
Claridad antes que ego. Tené claro lo que querés compartir. Si no está claro, regalate una pregunta: curiosidad. Y si te vas por las ramas entre juicios que no vienen a hablar del mensaje núcleo, siempre podés volver. Entonces volvé.
No se trata de tener razón. Preguntate: ¿qué de esta “razón” que estoy defendiendo, le pertenece al corazón?
Es más:
Imaginá tu vida teniendo razón en todo, y el mundo allá afuera tal como es…
¿Para qué sirve que tengas razón?
Una práctica de journaling para conectar con la entrega
Al final del día, registrá por escrito tres gestos, palabras o silencios que hayas ofrecido a otros.
No importa si fueron mínimos, si no te los agradecieron.
Reconocé cómo estás eligiendo contribuir.
¿Cómo te sentiste al hacerlo?
(Ahí hay una riqueza inmensa. Ya hablaré más sobre contribución y sus radiantes beneficios. Contame si lo hacés, por favor.)
Lecturas que inspiran este camino
La tercera alternativa – Stephen Covey
Comunicación no violenta – Marshall Rosenberg
Si esta conversación te resonó, seguí acompañándonos en Territorio Nube.
Miércoles de por medio a las 10 AM (hora argentina), un nuevo episodio y una reflexión que busca cuidar lo real.
Porque una sola conversación amable puede cambiar una semana.
Un vínculo. O revolucionar una vida entera.